Buenos Aires lleva en su “aire” el olor de la carne hecha a la parrilla y la música del tango en su alma.
La percepción de una ciudad se compone de dos bloques, pero tan estrechamente interconectados que deben parecer uno solo. Por un lado los monumentos, las calles, el arte y la historia que se plasman en cada rincón, pero también lo compone la gente, sus ritmos, su gastronomía, su pulso vital, en definitiva, lo que hace que la ciudad viva. Y Buenos Aires tiene por arrobas de las dos cosas.
La vida bonaerense pasa por los cafés, algunos tan tradicionales que se convirtieron en punto de encuentro de artistas y escritores. Nombres como el café Iberia, café Ideal, café Español, Los 36 Billares y el más famoso de todos, el Tortoni, que data de 1858 y que concentra multitud de turistas esperando para poder entrar a mirar porque lo de encontrar mesa es todavía más heroico, pero cuyos chocolate con curros son legendarios. También el London City frecuentado por Julio Cortázar que ocupaba una mesa aislada, con su café y su cigarro mientras escribía y que hoy recuerda su presencia con una figura ocupando aquel rincón.

Las parrillas, restaurantes especializados en carne a la brasa, se multiplican por toda la ciudad. Los antiguos almacenes de Puerto Madero que, en tiempos en que el comercio marítimo tuvo su esplendor, ahora han sido convertidos en lujosos restaurantes, y no desperdician la ocasión de preparar los típicos bifé de chorizo´

De los barrios más típicos está San Telmo, con su antiguo mercado que hoy alterna puestos tradicionales de productos de frutas y verduras con quioscos en los que tomar algo. Y por supuesto, el barrio de Boca, con sus casas de vivos colores, pintados con la pintura sobrante de los barcos que llegaban a la embocadura del río de la Plata, convirtiéndolo en el barrio canalla, pero dotándolo de un sabor singular lleno también de bares como el Filiberto en la confluencia de la calle Caminito y Magallanes que preparan unas empanadas de muerte.
